La red telegráfica europea poco a poco se fue extendiendo y uniendo ciudades, provincias y países, sin embargo, falta dar un último paso: incluir a todos los continentes en aquella magnífica comunidad. La naturaleza se resiste a esa unión definitiva poniendo un gran obstáculo, el mar. Pues mientras la chispa se propaga sin problemas por los hilos de cobre, gracias a los aisladores de porcelana colocados en los postes telegráficos, el agua impide su propagación, en tanto no se encuentre una forma de aislarlos. Se hacen intentos de sumergir los hilos recubriéndolos, previamente, en caucho u otros materiales pero sin resultados positivos, y durante dos décadas más quedan excluidos de la red los países separados por el mar.